Calla tu mente

Ha habido ocasiones en mi vida en las que tuve que tomar decisiones importantes. Dos veces tuvieron que ver con dejar trabajos que amaba. Otra fue cuando dejé ir una relación en la que estaba muy involucrada, en la cual estaba ciega a la dura verdad de que fue un error. Y luego están las decisiones cotidianas no tan complicadas.

Mi primer paso para resolver un problema es mapear todo en una hoja de papel. Darle una cara al problema. Materializarlo. Llevar la objetividad a cualquier asunto subjetivo. A menudo, me pongo en contacto con otros para discutir la situación. Hablar me ayuda a organizar mis pensamientos. Pero, a veces los puntos de vista y consejos de los demás, aunque bien intencionados, me confunden. A veces las cosas parecen lógicas, pero se sienten mal. Mi estómago y mi corazón no estaban de acuerdo con mi mente.

Es entonces cuando sé que necesito hacer una pausa. Haría maleta para un fin de semana e iría a algún lado. Hay algo acerca de alejarse de la locura que realmente ayuda a aquietar la mente. Cuando me alejo del ruido, invariablemente encuentro las soluciones dentro de mí.

Las dos experiencias más trascendentales que he tenido fueron en el desierto de Atacama en Chile y el salar de Uyuni en Bolivia. No hay nada como desconectarse por completo del mundo. Hubo días enteros en los que solo estuve con mi amiga y el guía sin ver ni una sola alma ni signos de civilización humana. La tranquilidad que experimenté fue en el alma. Me maravillaba la majestuosa Madre Tierra. Curiosamente, me sentí más conectada que nunca. Desconectar para conectar.

Durante el largo viaje en el jeep en un tramo sin carreteras en Bolivia, tuve un momento eureka. Vino de la nada. Ni siquiera estaba buscando respuestas por así decirlo. Estaba de vacaciones.

En ese entonces, mis compañeros de trabajo formaban uno de los equipos de alto rendimiento más increíbles que haya conocido. La mejor manera de describirlo es que éramos un pequeño grupo de personajes en un startup que apoyaba startups en todo el mundo. Lo que nos pudo haber faltado en recursos, lo compensábamos con pasión y compromiso. Encontramos una forma de superar todos los obstáculos. Estuvimos en alerta los 24/7, teniendo que atender a clientes en todos los continentes, con diferencias de horario de hasta 15 horas.

El negocio creció y nuestro ritmo nunca se estancó. Para resumir, nos empezó a afectar la carga de trabajo y las demandas de todos los frentes. Caímos en el modo constante de apagar fuegos. Aunque éramos muy unidos, las agendas de viaje y días agitados dificultaban la comunicación de todos los problemas. El estrés aumentaba.

Y en ese auto, a horas de cualquier posibilidad de conexión de teléfono o computadora, lo vi todo claramente. En un abrir y cerrar de ojos, perdimos el foco. Las «urgencias» diarias tomaron el control. Estábamos tratando de hacer todo. Y en el proceso, perdimos de vista las prioridades.

Ya de vuelta al trabajo, durante una reunión del equipo de liderazgo, tuve la oportunidad de compartir mi visión. Insté a todos a trabajar juntos en la redefinición de las prioridades, la elección de las batallas que producirían los resultados finales que estábamos buscando.

Mi consejo: de vez en cuando, y en especial cuando estás tratando de resolver un problema, aléjate de la situación, tómate un tiempo para despejar tu mente y vuelve a verlo con ojos nuevos. Puede ser algo tan simple como una caminata de 15 minutos, una tarde en la playa o un fin de semana para darte el espacio para que te llegue la respuesta.

Las culturas en el Oriente han entendido por mucho tiempo cómo calmar la mente. En la actualidad, los estudios científicos demuestran que el silencio trae beneficios físicos y psicológicos. Mejora la memoria, reduce el estrés, promueve la creatividad, refuerza la concentración y permite la paz interior.

Los expertos enseñan técnicas para callar la mente. Para nombrar algunos: meditación, atención plena, respiración, yoga, baño en el bosque. Uno o más de estos te pueden funcionar.